SENTIDOS

Por Soledad Areal 

El sentido del olfato lo había perdido hacía ya un par de años. El virus se lo había sacado junto con la buena costumbre de dormir tranquile. El miedo a morir se transformó en una nube negra que cubrió la totalidad del monoambiente durante los meses en los que no se podía abrazar. El COVID en su caso no fue mortal y la pandemia finalmente terminó, pero el sueño plácido nunca regresó. Tampoco el olfato, aunque los médicos sostenían que era imposible, que no había casos registrados de pérdida permanente de los sentidos. Sin embargo elle no olía. Ya no se le revolvía el estómago cada vez que pasaba por una estación de servicio pero tampoco percibía el olor a jazmín anunciando la llegada del verano. Recorrió infinidad de consultorios antes de darse por vencide pero finalmente lo asumió: tenía un sentido menos.

La forma en la que perdió el sentido del gusto fue menos apoteótica. El mate estaba muy caliente. Era enero y estaba en la playa. Un tereré habría armonizado mejor con el escenario pero el hielo de la heladerita que no había sido usado en el fernet ya estaba derretido. Compró agua caliente en un balneario -añorando el tiempo en que se conseguía gratis-, preparó el mate con meticulosidad- recostando la yerba sobre una de las paredes del mate para así formar un hueco en la pared opuesta- y echó el agua. No reparó en el vapor que subía y solo sorbió. Escupió el agua al instante pero la lengua ya había perdido la piel. Los días restantes de las vacaciones transcurrieron entre helados, bebidas frías y ensaladas. De a poco la lengua se fue recomponiendo. La piel volvió, pero no el sabor. Ya no tenía que ocultar el asco cada vez que de visita en la casa de su madre se encontraba con un bife de hígado, pero tampoco podía precisar si el fernet estaba cargado o soso. Puede que sus valores de hierro se elevaran en aquel entonces pero eso no modificaba lo evidente: había perdido otro sentido.

El tacto y la audición fueron arrancados en el mismo tirón. Era una noche del mayo más gélido de la historia cuando despertó sudando a mares. Pese al frío que se anunciaba en el vidrio escarchado, el calor dentro de la habitación era insoportable. La piel le empezó a arder, como cuando el sol furioso del mediodía le daba de lleno cerca del mar, pero no había sol ni mar, solo la oscuridad de la casa y una ducha fría que pretendía calmar sin éxito un dolor lacerante. Lo último que sus manos sintieron esa noche fue su propia piel desprendiéndose de los brazos. La mañana le encontró envuelte en una toalla tendide en la cama sin terminar de entender qué estaba pasando. Encendió la radio para distraerse un rato pero las noticias le golpearon como una cachetada. La noche helada no había encendido solo su cuerpo: en el barrio de Barracas cuatro lesbianas habían sido quemadas intencionalmente y solo una permanecía con vida. 

Coctel molotov, crimen lesboodiante, crisis habitacional, fuego. El ardor volvía cada vez que escuchaba el relato de los hechos. “No me gusta definirlo como un crimen hacia un colectivo”- dijeron en rueda de prensa. Fuego. “Los homosexuales tienen conductas autodestructivas”- se escuchó en la radio. Fuego. Ardor. Fuego. Y de repente, la nada. Esa piel que sabía de caricias, roces, abrazos, lengua y saliva eligió dejar de sentir. Pero el alivio no llegaba, y en un gesto automático extendió su mano para apagar la radio. La urgencia devino en torpeza y la radio cayo del mueble golpeando el piso, sin ruido. Fue entonces cuando entendio que no seria necesario silenciar las voces: sus oidos ya no oian. Al cuerpo anestesiado lo acompañaba ahora un silencio profundo.

La vista continuó siendo una ventana al mundo hasta el día en que supo que sus reclamos ya no tendrían ventanilla de entrada. Llegó a leer el zócalo destacado por la transmisión antes de que el mundo se volviera un pozo oscuro: “se cerrarán los organismos que no sirven para nada”. Era agosto. Cuatro años después del inicio del fin, tres meses después del atentado de Barracas. “No sirven para nada”. Fue entonces cuando elle entendió que ya no tenía forma de anudar con el mundo, y mientras su propia existencia empezaba a ser una incógnita se preguntó si quizás, en realidad, no se había tratado siempre de eso. De hacerles desaparecer.




Comentarios